martes, 27 de febrero de 2007

GRIS

Este cuento no tiene final. Está aún por inventar.

Vulgar. Corriente. Anodino.
Hoy es un día como otros.
Cielo gris plomizo, nubarrones negras que se amontonan sobre otras gris pálido. Amenazan lluvia, amenazan granizo, amenazan cualquier cosa que queda lejos de ser un agradable día de primavera de esos que hacen brotar en ti esa pequeña euforia que crea el sol, la brisa, el olor del buen tiempo. No, hoy es un día del color de los tornillos de la fábrica.

Hacia esa fábrica se encamina la niña. Claro que físicamente no es una niña, de hecho ya tiene más envergadura que una mujer corriente, es alta, firme, llama la atención por lo decidido de su gesto y de su porte. Pero hoy se siente como una niña.
Hileras e hileras de hombres caminan lentamente, paso a paso, avanzan a la vez el pie derecho y avanzan a la vez el pie izquierdo, todo en un unísono insoportable. Ojalá pasara algo ya, se dice la niña, algo que rompa esa monotonía insoportable de paso acompasado. Nadie se percata de ella. Nadie se percata de nada, en realidad. No tienen mente. No tienen imaginación. No tienen ilusión. No tienen ganas de nada. Simplemente hay que trabajar, hay que avanzar, paso a paso, hacia la fábrica de tornillos. Obreros. Contables. Directores financieros. Administrativos. Cada cual con su función, cada cual en su puesto, sobre mesa de formica (blanca o gris), con su ordenador de pantalla negra y letras verde brillante, sobre cada mesa pilas y pilas de papel pijama con datos, cifras, vomitados desde una impresora. Los datos son importantes para una empresa, hay que saber cuánto se vende, cuánto hay que comprar, cómo casar uno con otro.

La niña está en medio de la hilera de hombres clónicos que van entrando en la fábrica y van fichando su hora de entrada. Todos con corbata gris. Todos con camisa blanca de manga corta y pantalón de franela gris, zapatos negros de cordones, bolígrafos pulcramente colocados en el bolsillo de la camisa. A la niña le gustaría saber algo más que sus nombres: si tienen familia, qué les gusta hacer en el tiempo libre, quiere saber cosas. Pero nadie le habla, nadie la mira. Todos tienen la mirada fija en la fábrica de tornillos a la que se dirigen.
Un reloj sobre la pared parece que quiere recordar a todos que sus manillas seguirán girando y girando eternamente, día tras día, hora tras hora, avanzando en el calendario sin que nada pase ni cambie. Y se seguirán fabricando tornillos sin descanso, en una cadena de producción interminable.
Ahora la niña está sentada en una mesa y no comprende este mundo que le toca vivir. No entiende por qué un ser humano se puede alienar y enajenar de tal modo que llegue a no pensar y a no poder imaginar una vida fuera de una fábrica de esas de tejado en forma de picos, de hormigón gris. No alcanza a comprender cómo puede hacer una persona para desconectar su mente durante ocho horas exactas y abstraerse en números y números, así día tras día. Los pececillos que habitan en su tripa empiezan a nadar en círculos y entonces la niña reconoce la sensación a la que ya sabe ponerle nombre: se llama angustia. Angustia de no poder escapar de ese encierro de paredes de hormigón, de tornillos de acero, de corbatas, de calculadoras. Ahora se da cuenta de que todo eso la asusta y quiere huir pero no sabe a dónde ir.

Quizá un día se le ocurra. Entre tanto, tiene que seguir concentrada en su pequeña pieza que forma el gran puzzle de la fábrica de tornillos.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Si te ha quedado gris, sí. Me ha gustado mucho a pesar de las influencias.

Enhorabuena, es tan desasosegador como pretendías.

Besos.

Pdta: Nota de la BO: los nubarrones son negros siempre...

APHICE dijo...

Pregunta para la BO: ¿qué he puesto?. Me lo voy a releer.
Me alegro de que sea poco alegre. Era lo que pretendía. Cuando me levante una mañana y me sienta Heidi ya escribiré cosas alegres

Anónimo dijo...

"Nubarrones negras". Pero vamos, no tiene más importancia.

chat noir dijo...

me ha recordado a un libro de Saramago, "La Caverna".

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