viernes, 29 de febrero de 2008

EL ABRAZO DEL MOLA MOLA

Hay días en los que te apetece pasear. Sales de casa, sin prisa pero sin dormirte en los laureles porque si llegas tarde los demás no te esperan. Hace un día precioso, el cielo está de un azul escandaloso, no hace mucho viento, y tú estás deseando salir a dar una vuelta. Hay gente que sale de casa y ese día sale porque tiene un objetivo. Tú no. Simplemente echas las manos a la espalda, te despreocupas de todo menos de lo que no tienes que despreocuparte, y sales de marcha, a observar el paisaje, a ver qué aspecto tiene hoy. Y miras las rocas, los vegetales que crecen en ellas, observas los animales que corretean por encima o alrededor, que se asoman para ver quién eres o que son tímidos y se esconden. Y tú simplemente paseas.

Sólo que en vez de las botas de montaña te has calzado unas aletas, en vez de gafas de sol llevas máscara, en vez de caminar, aleteas a favor, en contra de la corriente...

Y hay días en los que, a pesar de haber salido sin objetivo, sin ese ansia de "hay que llegar hasta..." o "hay que bajar hasta..." o "tenemos que estar tantos minutos", de pronto surge de la nada, viene nadando lentamente, te rodea, te mira, y de manera inesperada se te acerca tanto, tanto, que le tienes que poner una mano en el costado y empujarle o te empuja él a ti. El mítico pez luna, el Mola mola, el tan codiciado trofeo de todo buceador. Hoy me ha abrazado un Mola mola.

martes, 19 de febrero de 2008

A TODA LA VASCA

Solía ser el título de los correos. Otras veces eran "Mara verde" y seguro que era un correo divertido, reservado sólo para aquellos a los que no le daba vergüenza mandárnoslos. Otras veces era una cadena solidaria para tratar de encontrar hogar a perros que lo necesitaban. Pero todos los días había una ristra importante de correos de Mara. Los eché de menos esta semana. Mi buzón no estaba tan lleno.

Ayer las recordaba yo sola, pero hoy las recordaba en compañía de otros que compartieron mil anécdotas sobre Mara. Me apostaría lo que fuera a que Mara aparece en todas las orlas de todas las promociones que han pasado por Veterinaria desde que ella imparte clases. Hasta el más pellero se habrá llevado un impacto, porque ella impactaba. Daba clases magistrales. Siempre parecía que las daba como enfadada, siempre soltaba esa coletilla tan suya de "esto... ¿cómo se llama?", hablando a todo trapo, casi no te daba tiempo a coger apuntes. Claro que poca falta hacía, porque lo que contaba a veces rozaba lo fascinante. Creo que todos conseguimos por fin entender el sistema nervioso autónomo gracias a sus clases.

Tengo una foto que es genial. Por algún motivo nos metimos dentro del kiosco de La Garceta los personajes más dispares que había en ese momento en el aulario B. Mara, por supuesto, acompañada de Juanfran, Ángel Arias, Emilio Pita, Amaya y Maki. Aquello eran nuestros años de carrera, donde éramos nosotros mismos, donde no teníamos que dar una cara seria ante ningún jefe, donde nuestra rutina eran clases a las que (a veces no) asistíamos, las prácticas, las horas del bar de Pepe, la cola en la fotocopiadora, las horas y horas dentro de algún local de asociaciones. Y ella siempre era bienvenida a ellos. Siempre recordaré aquella sangría que hicimos en la fiesta de navidad en el "perolo" de Pepe con la que Mara tanto disfrutó, y acabó como en todas las fiestas, con Mariló sentadas en dos sillas a la puerta del local como las viejas en los pueblos, mirando al personal. ¡Otro día le dio por ordenarnos el local!. Tantos años y tantas generaciones habían vivido en él y nunca nadie (salvo Toñete una vez en un arrebato) había limpiado.

Sencillamente geniales aquellas gimkanas en su casa. A nadie más que a ella se le podrían ocurrir. Todos los años se hacían y todos los años había novedades, nuevas pistas, nuevos escondrijos, pero los mismos nervios, los mismos empujones por el pasillo, las mismas visitas al bar de abajo, los mismos portazos en las narices del equipo que iba detrás. Y lo mejor de todo, sentarse a abrir los "regalos", intercambiar un abanico por un muñeco, una taza del colacao por un paquete de clinex, el regalo más codiciado, un porta-CDs de Coca Cola... Y las cenas, y aquellas partidas de "los siete pecados capitales" hasta las tantas, las mejores partidas de pictionary que he echado en mi vida, riéndonos hasta caernos al suelo.

Nunca te he dado las gracias por tanto que nos has dado, Mara. Y supongo que dirías que qué narices, qué falta hace darlas. Pues a veces pienso que qué poco nos damos las gracias unos a otros por lo que nos damos. Gracias por enseñarme, gracias por preocuparte, por escuchar, por tu risa, por los encuentros, por tu ingenio, por tu humor, por ir al grano, por conectarnos a todos, por mantenernos bajo tus alas como si fueras una mamá gallina.

Que lo pases muy bien en El Rondelo, donde ya no estarán ni Pompa ni las otras cabritas porque las estarán cuidando por ti en otra finca. Pero allí eras feliz y allí te quedarás, mientras nosotros te recordaremos siempre. Un beso y un abrazo para que te los lleves contigo.

Otros blogs a visitar