viernes, 29 de febrero de 2008

EL ABRAZO DEL MOLA MOLA

Hay días en los que te apetece pasear. Sales de casa, sin prisa pero sin dormirte en los laureles porque si llegas tarde los demás no te esperan. Hace un día precioso, el cielo está de un azul escandaloso, no hace mucho viento, y tú estás deseando salir a dar una vuelta. Hay gente que sale de casa y ese día sale porque tiene un objetivo. Tú no. Simplemente echas las manos a la espalda, te despreocupas de todo menos de lo que no tienes que despreocuparte, y sales de marcha, a observar el paisaje, a ver qué aspecto tiene hoy. Y miras las rocas, los vegetales que crecen en ellas, observas los animales que corretean por encima o alrededor, que se asoman para ver quién eres o que son tímidos y se esconden. Y tú simplemente paseas.

Sólo que en vez de las botas de montaña te has calzado unas aletas, en vez de gafas de sol llevas máscara, en vez de caminar, aleteas a favor, en contra de la corriente...

Y hay días en los que, a pesar de haber salido sin objetivo, sin ese ansia de "hay que llegar hasta..." o "hay que bajar hasta..." o "tenemos que estar tantos minutos", de pronto surge de la nada, viene nadando lentamente, te rodea, te mira, y de manera inesperada se te acerca tanto, tanto, que le tienes que poner una mano en el costado y empujarle o te empuja él a ti. El mítico pez luna, el Mola mola, el tan codiciado trofeo de todo buceador. Hoy me ha abrazado un Mola mola.

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