jueves, 16 de julio de 2009

EL FLOTADOR

Hay momentos en la vida en los que si no tienes un flotador a mano al que agarrarte te hundes y te ahogas. Es como si estuvieras en mitad de altamar. ¿Nunca te lo has llegado a imaginar de verdad?. Claro, estamos acostumbrados a nadar siempre cerca de la costa, tenemos una referencia y no nos asustamos del mar. ¿Pero y si de repente te encuentras nadando y no hay nada más que agua alrededor?. Nadas y te cansas cada vez más, por mucho esfuerzo que hagas no vale la pena, vas a acabar ahogado y hundido, nadie te va a oír, nadie va a saber dónde estás. Salvo que tengas un flotador. A lo mejor nadie sabe dónde estás, a lo mejor terminas muy, muy lejos, pero al menos flotas mientras tanto, y eso ya es algo.

Me siento así. Y es gracias a una vieja pasión desempolvada. El olor a vinilo me transporta casi a la edad en la que aprendí a hablar y ya tenía autosuficiencia como para pedir que me pusieran un disco. Pero canciones infantiles, las justas. Curiosamente mis discos favoritos eran los de Beethoven, hasta que descubrí aquel recopilatorio donde cuatro cuasiadolescentes se asomaban a una barandilla y si le dabas la vuelta eran viejos, y si abrías por el centro se veía una foto de una verja y mucha gente detrás... curiosos recuerdos de la primera infancia. Enseguida aprendí sus nombres: John, George, Paul, Ringo... y nadie me tuvo que pagar carísimas clases de inglés para que con cuatro años ya tuviera pronunciación liverpooliense. Con 16 años me disfrazaba de John Lennon, con los mismos pelos, las mismas gafas... Aporreaba sin cesar mi viejo piano Diamond aprendiéndome el libro completo de partituras que por cierto eran para guitarra pero yo las adapté.

Podría citar páginas y páginas de influencias musicales pero me quedo con dos. Una ya la he contado y la otra también viene de la infancia pero más tardía, aunque el verdadero furor me entró cuando Glenn Frey anunció aquello de que el infierno nunca se había congelado, que sólo fueron unas vacaciones de 14 años, y volvieron a tocar en directo mi canción favorita, el Hotel California. Y allá por segundo de carrera me hice ilusiones con una gira mundial que se frustró, volví a hacérmelas no recuerdo cuántos años después...

Y en estos días de soledad eterna, de naufragio inexorable, de nadar hasta caer rendida sin llegar a ninguna costa, de meter mi cerebro en la exprimidora de limones sin hallar respuesta alguna, veo que se acerca la fecha de digamos el concierto más importante de mi vida. Llevo dos horas viendo vídeos en youtube del "Hell Freezes Over" y creo que el día 21 me va a dar uno de mis brotes maniáticos. Ya os lo contaré.

domingo, 24 de mayo de 2009

EL ENCANTADOR DE AMOS

Locos, lunáticos y tarambanas. Así nos deben de llamar los que viven en los edificios de al lado o los que pasan por la acera y nos miran desde arriba.

Todos tenemos un lugar especial. Un sitio al que huimos cuando las cosas se ponen feas. Cuando hemos discutido con alguien, cuando estamos asustados, ese lugar se puede volver un sitio al que de repente nadie va, donde nadie puede verte llorar, donde nadie puede ver lo que haces, cómo te mueves... sin juzgarte, sin detenerte, sin pensar que estás loco. Y de repente, por una circunstancia muy especial, ese lugar cambia y se vuelve diferente en tu vida: ya no es ese sitio al que sales corriendo porque estás asustado y recurres a él por otro motivo. De repente un día te parece increíble pero la luz ha cambiado en tu lugar especial, y descubres que hay gente y ya no está vacío, hay ruidos, está lleno de cosas, de olores...

Todo esto lo sé porque me ha pasado. Mi lugar especial es un pinar y por lo que he descubierto hace pocos meses, es el lugar especial de muchos seres vivos a no muchos metros de mi casa. Y he conocido su historia, y su futuro, y contribuyo a que sobreviva, lo cuido, lo disfruto... cada día. Es curioso cómo alguien entra en tu vida y te ayuda a cambiar tu lugar especial. En mi caso se trata de alguien que tiene bigotes, es de color sal y pimienta, hoy tiene nueve meses y se llama Hugo.

Hugo y yo empezamos a explorar nuestro nuevo lugar especial hace siete meses. Al principio no conocíamos a nadie, pero enseguida descubrimos lo que ahora ya sabemos sobradamente: que la enorme mayoría de los perros y sus dueños son extraordinariamente amigables. Hay algo en el perro que se transmite a su dueño y viceversa que hace que uno quiera comunicarse con el otro. Uno va con su perro y se vuelve un poco canino: te cruzas con otro dueño y enseguida sonríes al otro perro mientras el tuyo se abalanza a saludar, cruzas cualquier tópico "¿es macho?", "sí, pero tranquilo que es cachorro". Y ya has enganchado conversación. El resultado fue que enseguida Hugo y yo teníamos pandilla. Y nos sabíamos el nombre de todos los perros. Pero no el de sus amos. Claro que el siguiente paso durante los meses siguientes fue aprendernos los horarios de salida de cada perro y los nombres de sus amos. Y todo eso ha labrado (de labrador) hasta ahora una sólida y canina amistad.

El amo novato del cachorro al principio sólo lleva la correa y las bolsitas. Ni César Millán ni hostias. Todos los miembros del grupo hemos hecho exactamente lo mismo. Poco a poco, según ha ido evolucionando la manada y el dueño se relaja y aprende a jugar con su perro y los de los otros, va creciendo una voluntad de aportar "cacharritos" inservibles. Porque los perros lo que quieren es estar juntos y correr por el pinar, mientras los amos se afanan en montar un camping de botellas de agua, cacharros, pelotas, mochilas... que se tardan en recoger y que los perros no tocan. Pero nosotros nos hemos quedado tranquilos. "¿Y si no lo llevo?".

Somos un grupo de supervivientes. Somos héroes. ¿Dónde están en invierno los deportistas que estos días pueblan los parques?. ¿Y cuando llueve?. Nosotros estamos ahí abajo, en nuestro pinar, porque los perros no perdonan, y porque nosotros somos esos "locos, lunáticos y tarambanas" que disfrutan tirando una piña mientras se empapan debajo de un pino mojado porque nos mola ver a nuestro perro con la lengua colgando a un lado de la boca y casi rozando el suelo.

Es terapia de grupo en vivo y en directo sin nosotros saberlo, y a unos les viene mejor que a otros (lo digo por gente que ha sufrido mucho y a la que le ha venido de lujo sacar al perro por la tarde y vernos y contarnos lo que les ha pasado).

Este es un homenaje y un agradecimiento para Canela, Yanki, Molly, Tara, Tristán, Neo, Churra, Gordo, Nana, Gina, Rita, Atila, Kiss y Koss, Rocky (siempre hay uno), Lúa (siempre hay una), Aris, Oki, Pintas, Bruno, Nano, Lucas, Thor, Richard, Tina, Oslo, Tosco, Lula, Blas, Tosho, Éboli, Yaka, Noa, Uma... Y sus dueños respectivos. Y por supuesto, para Hugo.

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