miércoles, 19 de diciembre de 2007

FELIZ NO-NAVIDAD

Cada vez lo hago mejor. Me propongo no hacer caso de las luces en la calle, de los anuncios en la tele y casi ni me entero de que la población madrileña celebra la navidad. Porque yo no la celebro. No es la navidad de lo que me alegro en estos días. No, lo que me alegra es otra cosa más cósmica, que me atrae, que me fascina, que tiene ese no sé qué, un gusanillo de temor unido a la incipiente alegría de lo que viene dentro de poco.

Hace ya muchos años hubo una frase de una profesora de Historia que nos hablaba de los hombres prehistóricos: "tened en cuenta que aquella gente se metía en la cueva todas las noches sin saber si el Sol saldría al día siguiente". Porque el Sol es tan importante para nosotros, que no podríamos hacer nada si nos faltase. Qué pocas ganas de hacer cosas nos entran alrededor de las 6 de la tarde cuando se acerca el ocaso. Y qué bueno es celebrar que a partir de estos días, esa sensación cada vez durará menos minutos, menos horas.

Feliz solsticio de invierno

Y SIN EMBARGO...

... y a pesar de todo, hoy lo echo de menos.

Echo de menos a mis pacientes, grandes, pequeños, más graves, más sanos. Echo de menos las guardias de 24 horas a la espera de algún cólico. Echo de menos las duchas con vistas a la sierra. Echo de menos salir a las 5 de la mañana con el hacha cortante del frío de febrero en la cara. Echo de menos los partos, yo sola, sin ayuda, sobre la paja, casi sin esfuerzo, solas la vaca y yo. Echo de menos la radio con "La Flauta Mágica" de Mozart a todo trapo. Echo de menos la ordeñadora marca Cerezo que tenía más años que todos nosotros juntos, con su "chuf-chuf" acompasado. Echo de menos a los alumnos, los veteranos, los novatos, los curiosos, los estudiosos. Echo de menos mi botella de ginebra secreta escondida detrás de los archivadores. Echo de menos a los mozos y nuestra complicidad. Echo de menos estar cubierta de guarrería todo el día y que no me importara. Echo de menos las cirugías programadas y toda la ceremonia solemne a su alrededor. Echo de menos la satisfacción de sacar animales adelante.

Echo de menos a muchos. Pero también hay unos cuantos a los que no. No, no os echo nada de menos.

domingo, 16 de diciembre de 2007

PIEDRAS EN EL RIO

No sé por qué pero quiero llegar al otro lado. Es lo único en lo que pienso y en lo que tengo fija la mirada. La otra orilla del río. Pero yo ya estoy cruzando y ya no hay vuelta atrás. La orilla de la que vengo queda tan atrás. No puedo dar la vuelta, saltar, y volver. Está muy lejos. Hay que seguir hacia adelante, hacia la tierra, cuando llegue me aferraré a las cañas y a la hierba.

Pero nunca llego. Estoy sobre las piedras del río. Permanezco de pie sobre una de ellas. Me aterra caer y mojarme. El agua es tan oscura, tan fría, corre tan rápido. No quiero caerme. Estoy en una piedra, pero esa piedra tiene ángulos, estoy incómoda, pierdo el equilibrio, y cuando parece que estoy a punto de quedarme quieta, no puedo permanecer más en ella y salto. Siempre salto de piedra en piedra. De una piedra a la siguiente. Y nunca estoy más cerca de la otra orilla. Siempre hay más y más piedras, unas altas, otras bajas, tan bajas que me mojo los tobillos, me calo los pies, y siento ese terror húmedo y frío que me hace saltar de nuevo. A veces la piedra está al sol y entonces me paro un rato más a calentarme. Pero tampoco me quedo mucho tiempo y salto a la siguiente piedra.

Una piedra y otra piedra. Cruzando el río.

domingo, 9 de diciembre de 2007

WHAT???

Salgo del cine partiéndome el culo y todavía sigo. La peli me ha hecho transportarme a tantos recuerdos surrealistas vividos en la campiña inglesa que sigo, y sigo, y no puedo parar de recordar eventos. Mi insomne noctambulismo de esta noche hiperactiva me pone a escribir sin parar sobre anécdotas idiomáticas.
La que recuerdo ahora con más gracia se remonta a la época en la que era una alta ejecutiva de una multinacional farmacéutica. Veintipocos años, muy preparada, curriculum vitae sobresaliente, bilingüe en inglés... y mi primera reunión internacional. Vamos en trío: el Gerente General, el Director de Marketing, y yo, Asesora Técnica Veterinaria para España y Portugal. Casi nada. Aunque había que vernos a los tres.
Nos metemos en la reunión en un hotel, dos o tres representantes por país y cada uno de nosotros tiene que hacer una presentación. Mi jefe hace una introducción en un spanglish medio inventado y luego me toca a mi hacer la presentación sobre proyectos, de la que salgo bastante airosa hasta que llega el turno de preguntas. Salta "la Leona", y no la llamábamos así por nada especial como preguntaba una compañera nuestra, sino porque se llamaba Leona. Hace una pregunta interminable en un inglés londinense que no se entiende ni papa. Mi jefe le pide que repita y ella lo hace. Le pide una segunda vez que lo repita. Seguimos sin entendernos. Vaya inglés que habla la tía. Y entonces para intentar salvar la situación mi jefe le explica "No, si las palabras sueltas las entiendo, pero juntas no". Leona enrojece y se sienta al fondo de su silla y se calla.
Un año más tarde y tras múltiples reuniones internacionales ya había buen rollo entre nosotros, y acudo al congreso internacional de buiatría como representante de España. Todos los demás de la empresa de diferentes países están en el mismo hotel de Hannover. Hemos quedado para la cena y estamos sentados en el hall del hotel Richard (jefe internacional de Marketing), Austin (jefe de asesores técnicos de Estados Unidos), Leona y yo. Hasta ahora nos entendemos bien hasta que Leona vuelve a abrir la boca y suelta otra parrafada interminable. Yo miro para otro lado porque no me entero y pasado el aluvión verborreico Austin, angloparlante de nacimiento, se la queda mirando, y le dice "what?".
Por favor, no os perdáis "Arma Fatal", sobre todo los que hayáis vivido la experiencia de haber catado la campiña inglesa supuestamente para aprender inglés y os hayáis visto atrapados en la experiencia de tener que decir varias veces "what?".

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