jueves, 11 de diciembre de 2008

TRASTOS VIEJOS

Un viandante cualquiera reparó en el viejo escaparate delante del cual nadie se paraba nunca. Era un día nublado y la calle estaba mojada, no llovía pero caía ese calabobos al que no se le da importancia pero si pasas el tiempo suficiente a la intemperie, la humedad avanza inexorable y terminas empapado. El escaparate era lúgubre, el vidrio estaba sucio y desde luego no era nada atractivo. El viandante ni siquiera se preguntó por qué alguien querría exponer cosas de esa manera tan repulsiva. ¿Acaso querría vender algo?. La tienda ni siquiera estaba abierta. De hecho puede que hasta estuviera abandonada, y se había quedado tal cual, como si un buen día el dueño hubiera decidido marcharse y dejarla así, sin recoger, si se hubiera aburrido de repente y las cosas se hubieran quedado allí expuestas.

Se podía ver un par de botas ajadas. "Las botas de siete leguas", pensó el viandante. Y se imaginó quién las habría llevado durante millas y millas, incansablemente. Y qué necesidad habría movido a su dueño a trasladarse de un lado a otro tantas veces como para que terminaran así. Un paraguas negro descansaba en una esquina. Parecía pertenecer a una de esas severas niñeras antiguas de rostro tenso que pocas cosas dejaban pasar. El polvo ocupaba todos los rincones. Y más cosas había. Una vieja lata de aceite de motor. Y una barrica de vino, que ojalá estuviera vacía, pensó el viandante. Una manta que antaño habría sido acogedora, perteneciente a alguna tierna viejecita que se sentaba delante de la chimenea con semblante amable mientras contaba historias, permanecía ahora en la parte delantera del escaparate, raída por la polilla.

¿A quién le podrían interesar estas cosas?. Pensó el viandante, y siguió su camino sin darse cuenta de que era el único en mucho tiempo que se había parado delante de la vieja tienda abandonada y se había imaginado a los antiguos propietarios de los trastos que alguna vez fueron útiles para alguien. "Adiós", rezaba el cartel en la puerta de la tienda. "¿Por qué?", parecía susurrar la chatarra en el escaparate.

Inspirado en una de las canciones más bonitas de Paul McCartney, cuando todavía era un gran músico y no era gilipollas.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

CAZZO!!!

Hay una manera instantánea de salir de la fase de negación del duelo. Saca a pasear a tu perro, y cuando le estés regañando, deja a tu inconsciente llamarle Carlo. Es infalible. Además iba pensando que hacía mucho que no me escapaba un viernes por la tarde a verle antes de que empezara la clase del master, algunas veces lo hacía. Espiaba cuándo venía él a dar clase, me escapaba del trabajo y aparecía a reclamar MI BESO. Porque siempre tenía uno reservado para mi. El beso en los morros al estilo Carlo, por debajo del bigote.

Todo empezó en Santiago. Había una conferencia multitudinaria impartida por el Adulto de algún gran pope de la Psicoterapia y la sala estaba abarrotada. Había unas sillas a la derecha de la mesa del conferenciante donde se habían juntado los Niños Libres de Javier, Jesús y yo. Javier manipulaba una cámara mientras Jesús y yo hacíamos que escuchábamos el ronroneo insoportable de la charla. De pronto vino otro Niño Libre celoso. Él, seductor y provocador por naturaleza, se sentó en la silla inmediatamente delante de la mía y a intervalos se daba la vuelta y me lanzaba un beso, que lejos de incomodarme o escandalizarme, era inmediatamente correspondido. Hasta que una de las veces que se giró nos encontró a Jesús y a mi abrazados. Todavía me parto de la risa al recordar su cara de afrenta incontenida al no ser ÉL el abrazado delante del público.

No todos los días pierdes un maestro y no todos los días te paras a recordar qué te has llevado de él en esta vida. A veces he intentado entender qué demonios trataba de enseñarnos. Desde luego si eres un alumno de los que trata de coger apuntes para luego estudiar olvídate. Me hizo gracia hace pocos meses cuando repasando mis notas del master vi cómo al principio de las clases de Carlo aún hacía intentos de apuntar cosas ininteligibles (¿qué querría decir con esta frase a medio construir?), cómo pasaba a ser medio garabatos, terminando por un folio en blanco con el título. Ahora me doy cuenta de que daba igual el contenido del módulo, que daban igual los apuntes, el Análisis Transaccional, que probablemente lo que te contara ese fin de semana no lo ibas a aplicar nunca con tus pacientes. Seguramente ibas a aprender más de sus técnicas y sus teorías a través de otro profesor o de un artículo que de sus propias palabras. Yo no sé si les pasaría igual a mis compañeros. Pero a mi cada fin de semana con Carlo me creaba esa zozobra, esa inquietud, ese zarandeo. Al final de lo que se trata es de eso precisamente, no de que te pongas a coger apuntes o de que se te olvide lo que te han contado, sino de que alguien te haya dejado una huella imborrable, te haya hecho pensar, te haya creado una inquietud, y que de repente se muera y te des cuenta de cuánto ha significado en tu aprendizaje y en definitiva en tu aprendizaje sobre la vida, porque cuanto más te fijas en la vida más puedes ayudar a tus pacientes a disfrutar de ella.

Seguramente si lloráramos a Carlo se enfadaría o nos pondría a pensar. Así que esta noche me quedo con una de mis imágenes favoritas, de ese parecido con mi abuelo, de ese aire sabio y genial, sentado en la silla esperando a que nos diera la gana de bajar a clase, concentrado, cantando. A veces escuchando una pregunta o una reflexión de alguno, para de repente saltar muy enfadado y soltar aquella expresión soez y que me encanta, pero que hoy quiero soltar muy alto: Cazzo!.

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