domingo, 25 de marzo de 2007

SOY DOS

Jamás antes había sentido tan patente mi dicotomía. Ya sé desde hace tiempo que mi personalidad se encuentra un tanto disociada y que ora puedo ser una, ora otra, a veces incluso varias. Dependiendo de la situación. Dependiendo de con quién esté. Dependiendo del miedo que tenga.
Tengo dos hemisferios cerebrales que no se comunican. A veces pasan cosas como hoy, que salgo de una representación teatral, que salgo de danza vivencial, que he tenido cualquier experiencia artística y es como si se encendiera la bengala como aquellas de cuando éramos pequeños en navidades: ¡fum! de repente se activa el hemisferio derecho y tengo la impetuosa (porque yo soy impetuosa) necesidad de sentarme a escribir, o de sentarme a pensar lo que me gustaría escribir. O me invento una canción. Y pienso que esta soy yo de verdad, que soy la creativa, la que inventa, la que comunica, la que está de verdad detrás de esos ojos azules-grises-verdosos que me caracterizan, y quiero ser así siempre y que nunca me abandone el espíritu.
Pero hay otro espíritu, y ese es el hemisferio izquierdo, el genial, el fuera de lo común, el extraordinariamente inteligente que piensa, que cavila, que busca explicaciones y soluciones. Se disfraza de tela verde de quirófano porque tiene forma de ciencia. Yo lo achaco a la educación. Se olvidaron de mi hemisferio derecho y me potenciaron el izquierdo, y entonces ya no soy yo, soy la niña de seis años que aprende a toda velocidad para que Papá y Mamá estén orgullosos.
Y podría ponerme a hablar no sólo de hemisferios, sino ya de identidades, de ser la buena o la mala, de ser la divertida o la depresiva, de ser la presente o la ausente, de ser la que quiere y la que no quiere.
Hoy por fin entiendo qué significa integrar dos partes, ni una es buena ni la otra es mala. Ni hay que vivir con un hemisferio ni con el otro. Los dos forman parte de mi, los dos soy yo, sólo es cuestión de aceptar ambos y fundirlos como se funde el chocolate cuando lo pones al fuego. Vale... ¿pero cómo?

viernes, 23 de marzo de 2007

EL MUSEO MÁS BONITO

El museo más bonito del mundo está en Bruselas. Cierta mañana de julio mientras Nat estaba en la piscina o haciendo papeleos yo aproveché y me acerqué andando hasta el museo. Sabía dónde estaba porque el día anterior habíamos pasado por delante en el autobús. Es el museo de instrumentos musicales, tienen una colección fantástica en cuatro pisos, encerrada en un edificio Art-Déco de los años veinte que antaño fue una galería comercial. El corte inglés bruseleño del siglo pasado. Todavía conserva el encanto que le da ese abandono y posterior rescate y rehabilitación. Hay ascensor pero es más encantador subir las escaleras de madera con su hierro de forja modernista. Recorres las salas con un aparato que cuando te sitúas delante de una vitrina donde hay un número pintado en el suelo (para que sigas la secuencia), te toca una pieza con el instrumento que estás viendo. Sublime. Me encantó ver la enorme variedad de inventos que pueden salir de la cabeza de los hombres para crear música de todo tipo, desde los europeos de tiempos diversos pasando por los africanos, sudamericanos...
El que más me impresionó fue un viejo violoncello que de usado había perdido hasta el barniz. No sé qué conexión espiritual tengo yo con los violoncellos, pero recuerdo que me quedé contemplándolo desde todos los ángulos. El foco cenital que lo iluminaba acentuaba aún más su aspecto ceniciento. Y yo me preguntaba a quién perteneció, cómo era la casa donde estaba, si dio conciertos, por qué terminó olvidado y quién lo rescató y le devolvió la dignidad poniéndolo en un museo.
Muy recomendable su visita para todos los enamorados de la música. Otro día hablo de mi experiencia en el museo del chocolate de Suiza.

viernes, 2 de marzo de 2007

ANGUSTIA

Hoy he leído que etimológicamente viene de "paso estrecho": qué apropiado

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