miércoles, 9 de abril de 2008

INSTRUCCIONES PARA CAMINAR

A nadie le habrá sido ajeno el hecho de que sus semejantes son capaces de desplazarse por el mundo en una forma un tanto peculiar, que caracteriza y diferencia a lo que llamamos ser humano. Es lo que los doctos denominan el caminar; un hito en nuestra historia colectiva, un hito en nuestro propio devenir en la vida, todo un logro que alcanzamos a la tierna edad de 12 meses, de 365 días de existencia. ¿Y cuántas veces a lo largo del día, a lo largo de la vida, nos paramos a pensar en el modo de caminar?.

Si alguno quisiera alguna vez practicar semejante forma de movimiento de traslación, ha de saber que conviene revisar

La unidad de desplazamiento en el caminar es lo que denominamos paso. Un paso no sirve más que para trasladarnos de lugar, para que el sujeto en cuestión deje de estar en el punto en que se hallaba, para descubrir que su posición ha variado. Que su perspectiva del mundo ya no es la que era.

Cuando uno enlaza varias unidades del caminar, véase pasos, en una concatenación, en una avalancha, en una sucesión, sucede que el sujeto está caminando, pero en ese caminar sólo es consciente de que su voluntad es abandonar una posición de partida y alcanzar la posición de llegada. Rara vez hace caso el caminante al proceso intermedio, al mero hecho de estar enlazando unidades, al hecho de que en cada una de ellas está realizando un pequeño acto de cambio y desplazamiento, que cada paso ya no es igual que el anterior.

DON ALONSO Y YO

Ábrase la segunda parte del Quijote; aquella que Cervantes nunca quiso escribir, pero que empujado quién sabe si por los clamores de sus lectores (a pesar del alto grado de analfabetismo que había, pero eso es lo que cuenta la leyenda), o por algún alto mando de la época... En fin, que pasadas la Tasa, y la Aprobación, y el inevitable “Yo, el rey”, se llega a la dedicatoria.

La segunda parte del Quijote está dedicada al Conde de Lemos, quien poseía un castillo en el mismo Monforte y era mecenas de artistas, y que por añadidura llamábase Don Pedro Fernández de Castro.

El árbol genealógico está en casa de mi abuela. Espasa lo cita. Bueno, sí, Don Pedro fue antepasado mío...

2005. Cambiamos de año. Como cada año en este país hay que dar el coñazo con un tema, salimos de Dalí y nos metemos en el Quijote. La que nos espera. La anual maratón de lectura del Quijote, y que no hay quien aguante, se repetirá, pero a diario. Y lo anuncian en todos los carteles del metro, y en la tele, y lo regalan con los periódicos, y de pronto todo el mundo dice que lo ha leído. Somos como los chinos y este año estamos en el Año del Quijote.

Mi primer contacto con tan singular personaje fue en mi infancia, muy en la infancia cuando ya sabía leer, y ya sabía quién era el Quijote, porque era mi serie de dibujos animados favorita. Por eso recuerdo como si fuera ayer aquellas visitas a La Mancha, al pueblo de mi familia, a comprar las famosas tortas de Alcázar. Ahora entiendo por qué mi padre nunca quería ir al pueblo, por qué siempre renegará que nació allí, pero a regañadientes llevaba a sus padres de vez en cuando para cumplir con la familia. Mientras, yo me iba a ver los molinos de viento. Y me reía, me hacía gracia que Don Quijote creyera que eran gigantes. Sólo eran molinos de viento. Iba a ver los molinos con mi abuelo.

Cuando eres pequeño te interesan muchas cosas, y aprendes de todo, y dejas atrás muchas de ellas. Como por ejemplo, las visitas a los molinos y los dibujos y los álbumes de cromos de Danone del Quijote. Pero todo ha de volver alguna vez... Heráclito decía que nunca se puede bañar uno dos veces en el mismo río, Parménides decía que todo se repite y se repite y Demócrito los aplacaba diciendo que todo cambia pero hay algo que permanece...

Y Paco, el profesor de lengua del colegio, que tenía cinco carreras y estaba loco, y a quien llamábamos El Quijote desde que éramos pequeños, nos obligó a leerlo a los 14 años. Y nos hacía entregarle todos los días una ficha, contando cada capítulo en estilo de Cervantes. Empezaron los trapicheos por la clase, unos se repartían unos capítulos, otros se leían otros, y luego se intercambiaban la información. Yo participé en aquellas tretas con otros libros, pero no con este. Este me lo leí.

Me lo releí a los veintitantos años. Acababan de operar a mi abuelo y se estaba muriendo. No sé por qué pero aquella época me lo tenía que leer. Y ya no me gustó como la primera. Pero mi abuelo salió de aquella. Murió tres o cuatro años después.

Y he aquí que cierta tarde en la que no estoy trabajando porque me aburro y me he metido en internet, que mando un correo a mi amigo Rui, el de Lisboa, diciéndole que cualquier día estos cojo y me largo de aquí. Y Rui me dice que si lo hago le avise, a lo que sin pensarlo mucho, le contesto que cuando él quiera le hago sitio en Rocinante. Cuando cuento esto como curiosidad en otro correo dirigido a una gente que me lee entre líneas, resulta que mi profesora de literatura favorita me contesta con el capítulo 20 del Quijote... De la jamás vista ni oída aventura que con más poco peligro fue acabada de famoso caballero en el mundo, como la que acabó el valeroso don Quijote de La Mancha. De lo que en él se lee y lo que significa podría escribir un libro entero. Pero resumiré que se metieron en un bosque, que Sancho tenía miedo de la oscuridad y los ruidos, y que acabaron riéndose a carcajadas.

El famoso caballero y aguerrido hidalgo era conocido como Don Quijote de La Mancha a modo de burla por su grotesco aspecto. Nadie sabía muy bien cómo se llamaba y le daban todo tipo de nombres y motes. Se llamaba Alonso Quijano el Bueno y así se le conoció concluidas sus hazañas.

Un día don Alonso abandonó su hacienda y prácticamente se fue con lo puesto, que era bien poco. Un bacín a modo de yelmo, y llamó a su caballo Rocinante por no romperse mucho la cabeza. Y partió, sin saber bien hacia dónde, sólo sabía que tenía que partir. Cuentan que estaba loco de tantos libros de aventuras que había leído. Y todos se reían o le temían.

Cierta vez montó a Rocinante a galope y arremetió contra los gigantes. Eran molinos, pero para él eran muchos gigantes de grandes brazos, que avanzaban hacia él. Sólo eran molinos. Pero él salió victorioso.

Y murió don Alonso tras muchas aventuras; “vámonos poco a poco, pues ya en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño”. Partió loco y volvió cuerdo.


Ahora me pregunto... si todo esto es casualidad o no...

Como a veces me apetece emular a Manuel Vicent, pues he aquí un parto de esos que luego rompo... pero por si me entran las tentaciones, leedlo ahora, antes de que me arrepienta.

Bely, gracias por inspirarme hoy. María, gracias por recordarme que a veces es bueno guardar lo que escribo.

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