viernes, 22 de junio de 2007

GALICIA

"Chove en Santigo"... empieza la canción con una suave voz masculina. Y de inmediato me transporto al chirimiri neblinoso que solía cubrir la plaza del Obradoiro en aquellos viajes míos a Galicia. A veces eran muy duros: una semana entera sin parar, de lunes a viernes recorriendo la campiña por carreteras secundarias llenas de curvas, noches y noches dando charlas sobre antibióticos a los veterinarios... Llegaba exhausta al avión los viernes por la tarde, sin embargo ¡me traía tanto en la maleta!. La generosa hospitalidad de los gallegos, su alegre melancolía, los largos tragos de orujo blanco alrededor de una mesa en una taberna centenaria, asomarse a los acantilados de la Costa da Morte y asombrarse ante los bramidos del mar...

Y Santiago. Y Lugo. Mis ciudades favoritas. Sus muros de piedra que cobijan tantas historias que dan ganas de sentarse delante y quedarse a escuchar. ¿Quién vivió ahí?. ¿Cómo se ganaba la vida?. ¿Quién se asomaba a esa balconada acristalada?. Resuenan mis pasos en las calles desiertas a altas horas de la madrugada y revivo tantos acontecimientos vividos en aquella tierra que casi, casi, la he hecho más mía que mi verdadera tierra.

Allí fue donde nos metimos en un quiosco de música en el centro de Lugo a eso de las tres de la madrugada a pegar brincos para acabar en un portal cantándole el Gaudeaus Igitur al Decano de la Facultad de Veterinaria y al Ilustrísimo Don Juan José Badiola que nos miraba con ojos desconcertados. Allí fue donde, en Santiago, rodé escaleras abajo de cabeza desde el alféizar de la ventana donde estaba sentada con vistas a la empedrada calle porque el teléfono de monedas en el que estaba apoyada, gin-tonic en ristre, se puso a sonar de golpe, mientras Nacho y Julio se partían de la risa.

Fue en Santiago, en mi plaza del Obradoiro. Una noche me desplomé presa de un posible ataque alérgico a un guiso de lamprea en su sangre, dándole al pobre Ángel un susto de muerte. Fue en el Obradoiro donde perdíamos a Andy Johnson y me tocaba a mi, la más joven del grupo, ir a buscarlo después de haberle ofrecido "Spanish water" (léase orujo) mientras Wladi me tentaba una y otra vez con un paquete de Marlboro. Fue en Santiago donde Carlos Risco descubrió la placa donde se conmemoraban los estudios de Medicina de su bisabuelo en la Facultad mientras Omi y yo esperábamos sentadas en la puerta con los pelos de punta contemplando su emoción.

Fue en el Obradoiro donde Nata y Ana bailaron con la tuna, donde nos encontramos con el cura rockero, donde en plena época del camino de Santiago de pronto la plaza quedó desierta. La gente quiso hacerme un regalo de cumpleaños, un cumpleaños muy especial porque los treinta no son fáciles de cumplir, quedándose fuera, dejándonos la plaza para nosotros solos. Allí leímos el conxuro con el sonido de la primera campanada de la madrugada, allí construimos un altar improvisado para terminar saltando sobre cuatro velas cual hoguera de San Juan.

Chove en Santiago, sempre chove en Santiago. Siempre lo evocaré lluvioso y tremendamente caluroso, dos extremos opuestos que hacen de esta ciudad uno de los lugares más encantadores que conozco. Hoy, escuchando un CD de Luar na Lubre, echo tanto de menos aquella tierra, que comprendo lo que quieren decir con el anuncio promocional de Galicia cuando hablan de la morriña...

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