lunes, 4 de enero de 2010

ENCUENTROS CALLEJEROS

Los brujos y las brujas existen. Lo sé porque a mi me ha pasado dos veces. Tienen la virtud de aparecer cuando más baja de ánimo he estado, y hacen magia, dan en el clavo, y luego desaparecen...

Las dos veces que tuve los encuentros fueron bastante seguidas. Fue una época en la que de puro deprimida, quizá estaba más receptiva, o quizá los atraía más. Una tarde, probablemente por mi estado lamentable, o a lo mejor porque no se daba cuenta de lo que pasaba por mi cuerpo, por mi mente y por mi vida, mi madre me propuso ir a ver una casa que se vendía. Mientras esperábamos delante de la casa a la propietaria, nos sentamos en un banco, y pasó una viejecita, que nos miró y comentó algo relacionado con lo bueno que era sentarse para la espalda (o un comentario similar). Sorprendentemente, porque mi madre huye de pegar la hebra con las viejecitas transehuntes, le contestó. La viejecita en cuestión dijo que era médico, y oh, horror, mi madre le dijo que ella también. Era inminente una conversación interminable y yo no tenía humor. No recuerdo ni el 90% de lo que dijeron, pero sí se me quedó grabado lo que dijo cuando se volvió hacia mi, mirándome: "Tiene usted una hija muy inteligente" (yo no había abierto la boca). Me tocó, me cogió la mano y se la llevó a su pecho. Mi madre hizo uno de sus clásicos comentarios escépticos cuando ella dijo: "¡Pero sufre mucho!".

Mi segunda experiencia paranormal con viejecitos semibrujos en la calle surgió durante una escapada de "la oficina siniestra" en la calle Génova. Había un ambiente tan tenso que prácticamente nadie se hablaba y la directora había instaurado el reino del terror a base de ataques de ira continuos. A veces yo bajaba a la calle cuando no podía más. Y allí me encontré con un ancianito que en una mesa de cámping había desplegado unas láminas con fotos del Madrid antiguo. Contando el dinero que tenía calculé que me daba para tres láminas así que me observó sin que yo me diera cuenta que precisamente había escogido una de dos milicianas, otra de un "No pasarán" y otra que no recuerdo, pero revolucionaria, lo era seguro. Al ir a pagarle, me dijo: "Siendo como eres, te regalo ésta". Y me alargó una foto de Víctor Jara con su lema "A desalambrar". Tanto me conmovió y me abrió mi espíritu revolucionario que al día siguiente fui a buscarle, para hablar, para desahogarme, para preguntarle. Nunca le volví a ver.

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